XXV Aniversario de la Carta de Hermandad con nuestras HH. Capuchinas del Monasterio de Santa Rosalia

La Carta de Hermandad consiste en el máximo reconocimiento que la Comunidad puede otorgar, bien a una persona o a una institución, convirtiéndola en parte de la misma, beneficiándose, desde ese momento, de las gracias espirituales que alcancen de Dios. Asimismo, ellas gozan de forma recíproca de los dones que el Señor conceda a quienes han sido recibidos en Hermandad. Por todo ello, entre las Capuchinas y los Humeros existe un vínculo fraterno muy profundo que hemos de cuidar y enriquecer día a día con el fruto de nuestra oración y buenas obras.

El 8 de octubre del año 2000, en el transcurso de la celebración de la Función Principal de Instituto, presidida por el entonces arzobispo de Sevilla, el Cardenal Amigo Vallejo, la Comunidad de Hermanas Pobres Clarisas Capuchinas de Sevilla le otorgaba “Carta de Hermandad” a nuestra Hermandad, oficializando una profunda relación fraterna que se fraguó con el paso de los años.

El vínculo con el Convento de Santa Rosalía comenzó con el movimiento de reorganización de la Hermandad, cuando en 1980 llega a los Humeros un grupo de jóvenes con la intención de revitalizar una de las Hermandades de Gloria de Sevilla que, por aquellos entonces, estaban en una etapa de declive. En nuestro caso, nuestra corporación se encontraba en un momento de letargo debido a dos factores: Entre los años 1972 a 1976 la capilla había permanecido cerrada y las imágenes titulares trasladadas a la Parroquia de San Vicente a causa de una obra de restauración de la capilla, que por falta de medios económicos, se alargó más de lo deseado. Esto, unido al éxodo de muchísimos vecinos a consecuencia del derribo de los antiguos corrales de vecinos, hizo que se perdieran muchos hermanos, siendo un reducido número de vecinas junto con el entonces Hermano Mayor D. Rafael García Serantes, sobretodo, quienes se ocuparan de mantener el culto a nuestra Madre del Rosario evitando así la extinción de la Hermandad.

La llegada de estos muchachos trajo un nuevo impulso a los Humeros del que ahora recogemos sus frutos. Ellos supieron revitalizar la corporación, recuperando el carisma fundacional actualizado y adaptado a las nuevas normas diocesanas. En este sentido, en octubre de 1981 se decide organizar la Procesión de la Santísima Virgen con carácter matutino, vinculando este culto público a la celebración de un Rosario de la Aurora que rememoraba el instituto fundacional de la Hermandad. Lo que para cualquier persona se puede considerar casualidad o destino, para nosotros, leyendo la historia desde los ojos de la fe, fue obra de la Providencia el hecho de la elección del Convento de Santa Rosalía para realizar ese primer Rosario de la Aurora.

Si bien la experiencia resultó gratificante, al año siguiente, todavía buscando cómo dar forma a los cultos de la Hermandad, se celebró la Procesión el 10 de octubre junto con el Rosario de la Aurora pero en esta ocasión haciendo estación en la Parroquia de San Vicente en la cual, ese mismo día, se celebró la Función Principal de Instituto. Fue en este momento donde caen en la cuenta de que, a pesar de la solemnidad y belleza del culto, faltaba algo: la visita a las Capuchinas. Al fin, el 16 de octubre de 1983 de nuevo se optaba por acudir en Rosario de la Aurora a Santa Rosalía y ya desde entonces nunca más se faltó a la cita. No será hasta 1984 cuando se aprobaría de forma definitiva que la Procesión siempre se celebrara en la mañana del día 12 de octubre visitando a las Hermanas, quedando así recogido en la reforma de las Reglas de la Hermandad de 1986.

En los inicios, la relación con el convento era muy distinta a como hoy la vivimos. Las clausuras tardaron en adaptarse a los impulsos del Concilio Vaticano II, con su espíritu de apertura, debido en gran parte al peso que la tradición tiene en la vida monástica. La apertura al “siglo” (término con que las religiosas contemplativas se refieren al mundo externo al cenobio) fue lenta y progresiva, adaptando el estilo de vida religiosa contemplativa poco a poco a los nuevos tiempos, sin perder el carisma propio de una existencia escondida con Cristo en Dios.

Durante años, el vínculo de la Hermandad con las Hermanas se reducía a la visita de nuestra Madre del Rosario en la mañana del 12 de octubre, donde las monjas veían a la Virgen escasamente quince minutos que era el tiempo en que la iglesia se cerraba y ellas salían a venerarla justo antes de la misa, siendo la única prueba de ello el ramito de claveles que colocaban a los pies del paso y una visita en Navidad que, tras una campaña de recogida de alimentos, los traíamos y los dejábamos en la entrepuerta sin más comunicación con las religiosas que una conversación escueta a través del torno. A pesar de ello, ya en los Humeros había la conciencia de que las monjas formaban parte real de la Hermandad, siendo buena prueba de ello, el nombramiento de “Hermanas honorarias” que se les concedió en octubre de 1990.

Poco a poco, aquellas conversaciones sin rostro se fueron alargando y las necesidades de la Comunidad, por la avanzada edad de las hermanas, crecieron en paralelo, desmoronándose, siempre sin perder la esencia de la clausura, las barreras que nos separaban y desde ese momento todo comenzó a cambiar: la voz que cada Navidad nos daba las gracias a través del torno era la de Sor Teresa. Con quien hablábamos días antes de la procesión para coordinar nuestra llegada era la Madre Andrea. Descubrimos que Sor Ángela era vecina de los Humeros y que mucho tuvo que ver nuestra Madre en su vocación. Que Sor María y Sor Rosario eran inseparables desde que entraron juntas desafiando a sus familias que no concebían que dos jovencitas del barrio de San Julián, lo dejaran todo para vivir en la estrechez del convento. Que la que nos restauró aquellas albas de encaje antiguas que conservamos como reliquias era Sor Agustina que con su perrita Lucerín no partía peras y era igual de primorosa con las labores que en la oración. Que Sor Ana hacía unos pestiños que hoy son reconocidos en toda la ciudad pero que en aquel entonces solo se preparaban algunas docenas en Navidad para los escasos bienhechores de la casa. Que Sor Josefa Antonia, desde que supo de nuestra Hermandad nos incluyó en sus oraciones y así lo hizo hasta que el Señor la llamó a su encuentro y por supuesto nuestra Madre Dolores, la artífice del cambio, la mente preclara que supo adaptarse a los tiempos y nos abrió las puertas del convento y con ello enriqueció nuestra espiritualidad al punto, como ella dice, de “que las Capuchinas y los Humeros somos de su misma sangre” refiriéndose a la Virgen.

Fue otro impulso juvenil de la Hermandad, el vivido a principios de los 90, el que estrechó los lazos con las hermanas. La creación del Coro de la Hermandad, conocido por las monjas, hizo que la Madre Andrea pidiera a la Hermandad que nuestra hermana Eva Mª Pérez, entonces guitarrista del coro, fuera a dar clase de guitarra a las nuevas vocaciones mexicanas que entonces vivían en el convento. Todos los sábados en la tarde acudíamos a cantar con las hermanas en el locutorio y empezamos a descubrir todo un universo de espiritualidad que hasta entonces solo intuíamos. El 28 de marzo de 1998, la hermana muerte abría las puertas del cielo a la Madre Andrea y fue en ese momento cuando la Hermandad cruzaba por vez primera la Puerta Reglar para ayudar a las hermanas en la obra de misericordia de darles sepultura.

A partir de este momento se estrechan profundamente los lazos de unión fraterna con las Hermanas, colaborando tanto en los montajes como en la celebración de los cultos principales del Monasterio: Oficios de Semana Santa, fiesta de los Santos Fundadores, el Triduo de la Asunción, el montaje del Belén, ayuda en los ritos exequiales… lo que quedará recogido en las Reglas vigentes de la Hermandad en el capítulo “De los cultos de la Hermandad”. Asimismo, a petición de las hermanas, nos encargamos del montaje y guía de las visitas del Museo conventual para poner en valor el Patrimonio de la Comunidad.

En el año 2000, dentro de los cultos solemnes con motivo del año Jubilar se acuerda que en Cuaresma el Santo Cristo de la Paz realizara el Vía Crucis hasta el Convento y meses más tarde, la Función Principal de Instituto se celebraría igualmente en la iglesia conventual, siendo la primera vez que la Santísima Virgen presidiera el Retablo Mayor del Monasterio. En el transcurso de esa ceremonia, la entonces abadesa, la Madre Dolores Otero Jiménez, otorgó la Carta de Hermandad que conmemoramos en reconocimiento a la relación fraterna que ya nos unía. La celebración de la Función principal en el Monasterio se volvería a celebrar dos veces más en 2005 y en 2011, con motivo del CCLXXV aniversario de la aprobación de las primeras Reglas conocidas de la hermandad.

Y es que, con el paso de los años toda la vida de la Hermandad se ha vivido en comunión con las Capuchinas: los novios que se han casado en la capilla, siempre han acudido después de la celebración a visitar a las monjas; los recién bautizados, después de ser presentados a la Virgen, han ido al convento; los niños de primera Comunión siempre han acudido al locutorio a celebrar con ellas ese día tan importante; incluso en las despedidas de esta vida, hay hermanos que han querido pasar por el convento para dar un último adiós a quienes consideran parte de la familia. Ellas por tanto, desde su clausura, siempre están presentes, como nosotros las tenemos presentes en cada culto o acto que se celebra en la capilla.  

La llegada de nuevas vocaciones que han renovado la Comunidad han heredado de las mayores la devoción a la Santísima Virgen del Rosario y a día de hoy están perfectamente integradas en la Hermandad. Junto a ellas hemos vivido todo el proceso de formación desde que llegaron como postulantes hasta que han profesado de votos solemnes acompañándolas día a día. Siendo la mayoría procedentes de Kenya, lejos de restar, han aportado aires nuevos que han enriquecido la vida comunitaria. Sor Juana Francisca, Sor Leticia, Sor Jacinta, Sor Stellamaris y Sor Isabel, todas ellas keniatas, conviven con Sor Cristina y la veteranía de Sor Clara y Sor Mª Leocadia que representan la tradición y las costumbres que tan importante son en la vida claustral. De los momentos más entrañables de la procesión actual es cuando las africanas danzan delante de la Virgen cantos propios de su tierra, manifestando así su devoción conforme a sus sensibilidades.

En el año 2020, a consecuencia de la terrible pandemia que asoló al mundo, en los peores momentos, las hermanas estuvieron acompañándonos día a día para lo que idearon un programa de radio “la puntada” que retransmitían por WhatsApp a las 5 de la tarde mientras celebraban el recreo de la Comunidad sin dejar de coser las cientos de mascarillas que confeccionaron cuando no había existencias para los sanitarios que atendían en los hospitales. Ese año, ya en octubre, las restricciones habían bajado y, si bien se podía salir a la calle con límites horarios, no se podían celebrar cultos externos. La Junta de Gobierno, teniendo en cuenta las dimensiones de la capilla decidió solicitar a las hermanas, con el visto bueno de la Autoridad Eclesiástica, la celebración de los cultos de octubre en el convento y así fue.

El 4 de octubre llegaba la Santísima Virgen del Rosario al convento portada por los jóvenes de la Hermandad siendo recibida por la comunidad y al frente de la misma la Madre Pilar Montoro quien entregó las llaves del Monasterio a la Virgen y sentó en el sitial de la Abadesa  en el coro a nuestra Madre, declarándola así como Abadesa de la Comunidad. Los días siguientes se celebraron los cultos en la iglesia del Monasterio y muy especialmente una solemne veneración el día 12 de octubre que guardamos en el corazón los muchos hermanos que vivimos aquella experiencia. A petición de las monjas, la Virgen permaneció en el Monasterio durante todo el mes de octubre, venerada en el altar del Pilar, en el muro de la epístola, hasta que el 31 de octubre regresó a la capilla.

A lo largo de todos estos años, siempre nos hemos sentido sostenidos por las hermanas. En los momentos más complicados, que no han sido pocos, ellas siempre han estado junto a nosotros, obteniendo por su intercesión el favor del Señor que ha salido en nuestro auxilio. En estos momentos que nos encontramos inmersos en la resolución de la situación del solar colindante de a la capilla, las hermanas han colaborado activamente en la recogida de firmas y lo más importante, en la oración de intercesión al Señor para que la situación se recondujera. Sin duda, todos los logros obtenidos los atribuimos en gran medida a la mediación de las hermanas.

Ya inmersos en la celebración de un nuevo octubre, a pocos días de que se produzca el encuentro esperado de la Virgen con las Hermanas, damos gracias a Dios nuevamente por el regalo que nos hizo poniendo en nuestro camino la presencia de la vida religiosa que tanto ha aportado a nuestra espiritualidad. Al punto que hoy ya no se puede entender la Hermandad sin las Capuchinas de Santa Rosalía con quienes hace veinticinco años sellamos una fraternidad para siempre.