Siglo XVIII

A mediados del siglo XVII, la ciudad de Sevilla se vio azotada por una terrible epidemia de peste que dio mortandad a gran parte de la población. Este hecho creó un estado de angustia tal entre los ciudadanos que buscaron refugio en otra realidad trascendente que garantizara un estado de vida mejor.

En este contexto histórico surge el ejercicio del Rosario Público como culto piadoso y sencillo con el que interceder a Dios por la mediación de la Virgen. El historiador Romero Mensaque presenta en su obra  El Rosario en Sevilla un estudio profundo de este fenómeno que abarcó desde fines del siglo XVII, en que aparecen las primeras manifestaciones, hasta la mediación del siglo XIX, en que caen en desuso. Estas congregaciones de fieles se reunían para recitar a coro por las calles de la ciudad las decenas del Rosario en la que se contemplan los misterios de la vida de Cristo y de María. Al principio, por su carácter espontáneo, carecían de insignias. Con el paso del tiempo y la consolidación del movimiento, estas agrupaciones de muy diversos tipos (hombres, mujeres y niños), solían utilizar, para presidir el cortejo, un Simpecado o estandarte donde aparece la imagen de la Virgen con una clara referencia al movimiento Concepcionista. El siguiente paso, fruto del alcance de una mayor entidad, fue la adquisición de bienes muebles como las imágenes y lugares donde establecerse canónicamente como retablos callejeros, capillas parroquiales, capillas en propiedad o ermitas.

Preparando el rosario. Rico Cejudo. Ayuntamiento de Sevilla. 1864-1939

La historia del Rosario de los Humeros surge en esta línea de acontecimientos. Podemos constatar por las fuentes que nos aporta Ortiz de Zúñiga, que la peste hizo estragos en la collación de San Vicente, siendo las inmediaciones de la Puerta Real uno de los lugares donde se estableció un nuevo cementerio, en el lugar que hoy ocupa la capilla del Rosario y sus alrededores. Este hecho hace que los vecinos estén en perfecta sintonía con el problema acuciante y que por ello opten por recurrir a la clemencia divina para intentar salvar sus vidas.

Tras recientes investigaciones, podemos establecer como fecha de fundación el año de 1690, según consta documentalmente en una crónica, obra de Alonso Martín Braones donde se da cuenta de los primeros Rosarios de Sevilla. Parece ser que este, surge al mismo tiempo que el de la parroquia de San Vicente que cuenta con sus primeras Reglas aprobadas en 1691. Nuevamente se pone de manifiesto la independencia de este sector de la población, que siguiendo los modelos de la urbe, los reproduce en su espacio cotidiano, imprimiéndoles sus señas de identidad. Braones al referirse a esta congregación resalta el elevado nivel de participación de fieles: “[…]De san Vicente salen dos rosarios, uno de la misma iglesia compuesto de caballeros, títulos, regidores y pueblo, y otro del barrio de los Humeros, que está extramuros, con todos sus vecinos, que son muchos”.

Indiscutiblemente los vecinos del arrabal están perfectamente identificados con el fenómeno del rosario y a su nivel intentan reproducir lo que se desarrolla en el intraradio de la ciudad. Estos años iniciales debieron tener un carácter espontáneo, es decir, los fieles se congregarían para ejecutar el rezo diario sin preocuparse por la configuración de una Hermandad. En corto espacio de tiempo y debido al aumento de devotos, se fueron adquiriendo enseres para el culto (simpecado, faroles, cruces…), siendo necesaria la constitución de una asociación que velara por el patrimonio, el orden, etc.

El proceso de consolidación del Rosario hasta la aprobación de las primeras Reglas queda en penumbra por falta de documentación. Cabe suponer que fuesen años en los que con cierta periodicidad se celebrara el rezo cotidiano, afianzándose así la nueva devoción entre el vecindario. Hasta entonces, en la zona tan sólo existía la Hermandad del Santo Entierro quienes residían en el Convento de San Laureano desde su fundación entre 1575 – 1579.

Transcurridos cuarenta años desde las primeras manifestaciones de los  Rosarios Públicos, el 11 de enero de 1730 son aprobadas las primeras Reglas conocidas de la Hermandad. En cuanto al contenido de las mismas nada sabemos con certeza, ya que el dato lo hayamos en un expediente realizado en 1825 cuando la capilla es ocupada por la comunidad de padres Carmelitas del desamortizado convento de Santa Teresa de la Cruz del Campo, los cuales, llegados al inmueble, pretenden hacerse con la propiedad de la capilla, protestando ante ello un grupo de hermanos que argumentan la existencia de una hermandad propietaria con sus Reglas aprobadas canónicamente. El por entonces párroco de San Vicente, Rvdo. P. D. Marcos García Merchante, al referirse a los Humeros en un manuscrito donde se recogen noticias acontecidas en la parroquia, expone “[…]que oy no tiene otra Regla más que la antigua que tuvo cuando se formo y coloco su titular en un tabernáculo a las espaldas de cercado de S. Laureano, que oy se ve” Parece evidente que fue el hecho de conseguir una sede donde radicar lo que impulsó a los vecinos a realizar las gestiones de consolidación de la Hermandad.

Unido a la práctica del rosario, estos hermanos también se preocuparon por la asistencia en los últimos momentos de la vida de sus miembros. Hemos de recordar que la epidemia de peste que castigó duramente a este sector, creó en la población una fuerte preocupación por procurarse un lugar donde depositar sus restos. La nueva corporación garantizaría así los servicios del aparato mortuorio, costumbre que duró hasta bien avanzado el siglo XIX. Todo lo referente a estos actos fúnebres quedaría legislado en la Regla.

Durante estas cuatro décadas el Rosario radicaba en una pequeña capilla en el muro exterior del cenobio de San Laureano. Será a partir de 1730 cuando debió cobrar un fuerte auge la corporación, comenzando así la época de consolidación definitiva, culminada con la construcción de la capilla. Sin lugar a dudas, el Rosario era ya en este momento la actividad que unía al vecindario. Las relaciones entre los moradores del barrio se daban en torno a esta práctica que los convocaba a diario. El hecho de encontrarse extramuros fue un condicionante para que esta pequeña población adquiriera autonomía.

Pese a tener constituida legalmente la Hermandad no se pierde la vinculación con el vecino convento de Mercedarios descalzos quienes, desde que se instalaran en el barrio, estarían encargados de asistirlos espiritualmente. Desde el 13 de diciembre de 1600, los frailes de San Laureano se obligan por escritura pública “á la administración del santo viático á los vecinos del barrio de los Humeros, en las deshoras, á causa de cerrarse la Puerta Real.

Sentadas las bases en cuanto al periodo fundacional, llegamos al momento de mayor auge con la erección de la capilla, hecho que significará la consolidación definitiva. A todo este periodo que abarca desde 1747 hasta 1784 se le denomina como “época de Liñán”, referida a d. Miguel de Liñán que, gracias a su intervención, se produce un cambio sustancial en el instituto de la misma. Si hasta ahora todo giraba en torno al rezo en la calle, con la construcción de la sede canónica se abren nuevos horizontes, se amplía el abanico de posibles cultos: la celebración de la Eucaristía, el rosario, el oficio de las horas… Consciente la Parroquia del peligro que esto suponía para la economía y la dirección espiritual de la collación, en el año en que se bendice el nuevo templo se dan una serie de pautas en las queda perfectamente legislado el uso del nuevo centro de oración: usos de la campana, celebraciones litúrgicas permitidas, etc.

No sólo debemos agradecer a la gestión personalísima de Liñán la edificación de la capilla. Durante su mandato se adquieren la mayor parte de los bienes muebles que hoy contemplamos. Él impulsó la creación de los titulares en torno a los cuales se centraría el culto y la devoción del vecindario. En este momento se levantó, en 1764, el Retablo Mayor donado por el devoto Alonso Valcázar.

Para todo ello era necesaria una economía desahogada. Todo se pudo realizar gracias a las donaciones de los fieles, realizadas en demandas que se sucedían en los intervalos de tiempo que duraba el rosario. Conscientes de la responsabilidad y animados por conseguir algo netamente suyo, estos humildes ahumadores de pescado hicieron más de lo que pudieron para concluir la misión iniciada.

Coincidiendo con el nuevo mandato, el monarca Carlos III promulga una Real Orden por la cual las hermandades tenían que someter sus Reglas a una reforma con el fin de controlar sus bienes. Los estatutos debían ser aprobados por el Ordinario Civil sin cuyo beneplácito quedarían derogados. Los Humeros tramitaron sus Reglas enviándolas a Madrid pero no se sabe si estas fueron aprobadas o no, ya que no se conserva documentación alguna al respecto más que confirmar que la Regla está en la capital.

En esta nueva etapa se sigue manteniendo el rezo diario del Rosario, la celebración de la Eucaristía los días de precepto, así como un Vía Crucis con el Señor de la Paz, como acredita el recibo de compra de la imagen en donde se especifica la función de la nueva talla. Todo esto y la celebración de los sufragios de los hermanos difuntos forman el corpus espiritual de esta naciente asociación de fieles.

Con el fin de la centuria, lo que había surgido con un carácter espontáneo, gracias a la iniciativa de este sector de población, se convierte en una Hermandad de Rosario Publico con aprobación de las autoridades eclesiásticas, perfilándose a lo largo de los siglos con nuevos matices acorde a los tiempos.